Habrá quien diga que me ofendo con facilidad. Y ahí estaré yo para contestarle que no es para tanto, que suelen ser cosas justificadas. Y me permito el lujo de afirmar esto porque me baso en hechos y no en suposiciones.
Si es cierto, por otro lado, que a lo mejor me dejo llevar por mi orgullo, y pongo las cosas peor. Pero, ¿dónde está el límite entre el amor propio y la soberbia?
No me arrepiento de cómo actué ayer. Para nada.
Al fin y al cabo, después de una semana horrible, cabría esperar un poco de interés por mi estado. Pero me parece que eso no es algo que abunde por mis alrededores.
Juas, como andamios... quién tuvo la mala pata de ofenderte?
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