Ayer corroboré que, finalmente, tras dos añitos (algo menos, realmente), he acabado mi Licenciatura en Pedagogía.
Parece hasta importante, ¿eh?
Licenciado.
Pedagogo.
Y sin embargo, la sensación, y la realidad, son muy distintas.
Aprender aprendí poco.
No digo que no aprendiera nada, eso sería faltar a la verdad, pero verdad es que mucho tampoco aprendí.
Aprendí cosillas nuevas y refresqué lo que había aprendido en psicilogía de Magisterio. Economía fue interesante, y aunque no lo considere excesivamente útil para la vida real, formó mi espíritu crítico. Ciencias sociales, bueno, me sirvió para estructurar mejor en mi mente el batiburrillo de leyes educativas, ya derogadas. ONG's para el desarrollo fue interesante, por ver una nueva perspectiva de la realidad, aunque estuviera algo sesgada por el profesor. Y bueno, en política aprendí, aunque no recuerde bien, la jerarquía de la legislación en España. Baranda no nos enseñó propiamente, pero nos dio materiales muy buenos para que aprendiéramos nosotros. Hasta Gañán me enseñó algo, aunque solo fuera las partes de un proyecto.Vamos, lo que en inglés se diría "bits and pieces", un poco de todo.
Un poco, pero no de todo.
Porque yo soy de esas personas que consideran que las carreras tienen que costar aproblarlas. Que hay que echarle ganas, esfuerzo, mimo... y claramente, Pedagogía no me ha requerido mucho de nada de eso. Bueno, mimo puede que sí, por los trabajos.
¡Que trabajos!
No sé si es una exclamación buena o mala. Supongo que ambas, aunque el balance no es bueno. Cuando se aplica la ley del mínimo esfuerzo a todos los trabajos, mal va la cosa. Admito que algunas veces yo mismo fui vago en mis aportaciones, pero fueron las menos. Muchas fueron las veces que me tocó compensar las carencias de otros a varios niveles. Más de las que me hubiera gustado.
Puede que os planteéis: "Oye, Diego, si estás contento con tu parte de los trabajos, ¿por qué te quejas?". Pues por lo mismo que dije antes: un trabajo mediocre no debería llevarse una buena nota. Aunque bueno, después de que los que trabajábamos en los grupos lo dejásemos bonito, pues a lo mejor no era tan mediocre. Puede que ahí si me queje de vicio...
...
Pero no. Eso implica que hay gente que, sin esforzarse, sacó la misma nota que yo.
Dicen que no nos quieren acreditar la competencia para ser orientadores, y yo me digo: Si no fuera porque no lo han hecho basándose en criterios académicos, me parecería totalmente correcto.
No estamos formados para salir a ejercer nuestra profesión de pedagogos.
En absoluto.
Tenemos un poco de varias cosas, pero bastante poco, y no de todo lo que hace falta.
Y ahí nos sueltan, al mundo, para que volvamos con el rabo entre las piernas a hacer el Master que nos acredite como competentes (pero que no nos profesionalizará mucho más), o para que pasemos a engrosar las listas del paro.
Seguramente acabe volviendo a la Universidad de Burgos, ese lugar sombrío donde se pierde la esperanza de ser un buen profesional en el futuro, y encima, te cobran a cambio.
Pero al menos, la etapa de pedagogía quedó atrás.
Un papelote más y dos años menos de felicidad.
Menos mal que hubo cosillas que hicieron que este tiempo mereciera la pena.
Pero esas cosas, afortunadamente, seguirán... la carrera, gracias a Dios, no.
La carrera ya está acabada.
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