¿Ha pasado un buen tiempo desde la última vez que pasé por aquí, verdad?
Pues sí. Cosa de la universidad, principalmente. Las prácticas por la mañana y las clases por la tarde creaban un horario-tenaza que apenas me dejaba respirar. Y eso sin añadir las clases particulares que doy (ahora más que antes, que tengo cliente nueva) ni la academia. Y bueno, alternado con eso, pues cosillas de las II Jornadas de Manga y Ocio Alternativo (nos van a quedar geniales, aunque se nos vaya el dinero en ello) y los múltiples líos y momentos de angustia con los que muchas veces os habré deleitado. Vamos, que he pasado una larga racha de trabajo, exámenes, trabajos de clase, reuniones, presentaciones, lip-dubs (esto es lo más rayante de todo) y personas enfadadas conmigo (o yo con ellas).
Pero de todo se aprende. Y esta vez he aprendido que soy resistente. He pasado una racha dura, pero yo he sido más duro.
Sin embargo, no creo que sea algo exclusivo de mí. Todos somos resistentes, recios como los diamantes. Y esa es la palabra clave de hoy: diamantes. Somos todos diamantes: al nacer somos como diamantes en bruto, altamente imperfectos y burdos, carentes de forma definida. Luego, según crecemos, en la familia y la escuela vamos siendo tallados, vamos ganando en genialidad, belleza y perfección, hasta convertirnos en piezas únicas, irrepetibles y grandiosas. Con muchas facetas, pero sin dejar de ser un solo ente. Brillantes. Resistentes. Eternos. Y con un valor incalculable.
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